viernes, 16 de mayo de 2008

MÁS TESOROS DE PETRA

 


Seguimos caminando por la calle de las Fachadas, donde las montañas estaban horadadas. Eran tumbas y casas de los nabateos, los antiguos pobladores. Llegamos al Teatro de forma semicircular, que tenía más de mil años. Leímos que tenía capacidad para 3000 personas, en hileras de 45 asientos.

Exploramos todas las tumbas reales: la de la Urna, la de la Seda, la corintia y la del Palacio. Subimos y bajamos escaleras y entramos en los recintos interiores, donde se agradecía la sombra fresca. En el centro de Petra había una antigua calzada nabatea con columnas, las ruinas del Palacio Real, del Gran Templo y del Templo de los leones alados. No dejaban de sorprendernos las tonalidades rosadas de las rocas y sus coloridas vetas.



















Por la tarde emprendimos la ascensión al Monasterio. El sendero excavado en la roca tenía más de 800 escalones. El Monasterio era inmenso, de 50m de ancho por 45m de altura. Era casi más impresionante que El Tesoro. Tenía dos niveles, y en el superior una gran urna flanqueada por dos medios frontones. Se utilizó como iglesia en el periodo bizantino. Disfrutamos de las vistas desde los dos miradores cercanos, que ofrecían una panorámica de las montañas rocosas y nos despedimos de la histórica Petra. 







miércoles, 14 de mayo de 2008

EL TESORO DE PETRA



En el desierto jordano nos esperaba la magnífica Petra, la antigua capital del reino nabateo. Fue un paso importante en la Ruta de la Seda o la Ruta de las Especies, que conectaba Egipto, Siria, Arabia, Roma, Grecia, China o la India. Dedicamos dos días a recorrer el Wadi Musa con formaciones rocosas de arenisca amarillenta. Entramos en el desfiladero, que llaman siq, y allí la piedra de las paredes era rosada con vetas grises, blancas, negras y amarillas por el óxido. Las vetas formaban preciosos dibujos ondulados en las paredes de roca. El cañón era una gran grieta abierta por las fuerzas tectónicas. Tenía 1,2km de largo y una anchura de 5m a 2m en las partes más estrechas.

Las paredes del desfiladero de 80 metros de altura se elevaban sobre nosotros, dejando una estrecha franja con el cielo azul. La luz en el angosto paso era especial, de tonalidades rosadas y ocres. Y al final del cañón aparecía bruscamente el famoso templo El Tesoro (Al-Khazneh). Allí llegaba Indiana Jones, después de recorrer el desfiladero a caballo. Unos cuantos camellos con bonitas y coloridas sillas descansaban en la entrada.


El Tesoro tenía una fachada helenística con seis columnas. Tenía 43 metros de altura y 30 metros de ancho. En la parte superior el frontón estaba partido en dos mitades y tenía una gran urna en medio. Según la leyenda, un faraón egipcio escondió su tesoro, mientras perseguía a los israelitas. La urna tenía 3,5m de altura y se veían impactos de proyectiles de rifles, por los intentos de los beduinos de saquearla. El interior del templo era una estancia vacía. Lo construyó probablemente un rey nabateo en el s.I a.C.







Descansamos y tomamos té en una jaima en un verde oasis, un contraste entre tanta piedra arenisca. Luego subimos al Altar de los Sacrificios por las escaleras talladas en la piedra. Desde arriba había buenas vistas de las montañas. Fuimos hasta la Tumba del Palacio, subimos otras escaleras y bordeamos la pared rocosa. Desde el final del camino vimos El Tesoro desde arriba, desde el acantilado de enfrente. Estuvimos sentados al borde del precipicio, contemplando los siglos de historia.





lunes, 12 de mayo de 2008

EL MAR MUERTO Y LOS MOSAICOS


























Desde Ammán, la capital jordana, hicimos una excursión al Mar Muerto. Estaba a 400 metros bajo el nivel del mar. Tenía unos 65km de largo y entre 6 y 18km de anchura. Ningún pez podía vivir en él por su elevada proporción salina: un 30% de sal por litro, ocho veces superior a la de los océanos. Lo contemplamos desde el Monte Nebo, donde Moisés vio la Tierra Prometida, a la que no se le permitió entrar.

El acceso a la playa tenía varios parasoles, con piscinas y duchas. Pronto comprobamos la salinidad del mar al bañarnos. Era cierto que se flotaba con facilidad, el cuerpo tendía a ascender a la superficie como si levitara. Se elevaban las piernas y los talones sobre la superficie. Teníamos alguna rozadura en los pies y escocía levemente. Las mujeres jordanas se bañaban vestidas y con el pañuelo cubriendo su cabeza. En un tramo de la playa ofrecían la posibilidad de untarse con lodo del Mar Muerto, con propiedades terapéuticas. El lodo era oscuro, casi negro, y tenía un olor especial. Nos lo pusimos hasta en la cara, parecíamos aborígenes, y estuvimos rebozados en barro un buen rato. Luego nos dimos otro refrescante baño.


Tras el baño visitamos Madaba, una pequeña población jordana famosa por sus magníficos mosaicos bizantinos. Y era el núcleo cristiano más importante del país, las iglesias convivían con las mezquitas, en un ejemplo de tolerancia religiosa. En el Parque Arqueológico vimos los primeros mosaicos, y nos sorprendió su estética y cromatismo. El mosaico más antiguo de Jordania era del s.I a.C. Habían sido parte del suelo de villas y de Iglesias, y se descubrieron en las excavaciones. Algunos eran enormes, como las estancias que debían adornar. 



Nos gustaron especialmente los mosaicos de la Iglesia de Elías y el de la Sala de Hipólito, en el que aparecía Afrodita, con el busto desnudo junto a Adonis, azotando en el culo a un ángel alado, Eros. En el recinto había una escuela de restauración de mosaicos. En la Iglesia de los Apóstoles había la figura de Thalassa, alegoría del mar, rodeada de peces y un pequeño pulpo.





























Luego fuimos al Batisterio, el lugar donde fue bautizado Jesús, que en la Biblia se llama Betania. Formaba parte de un camino de peregrinación. Llegamos andando hasta el río Jordán, en aquel tramo apenas tenía 5 o 6 m de anchura. El Jordán era la frontera entre Jordania e Israel. En la otra orilla vimos una bandera israelita. Metimos los pies en el agua, del Mar Muerto al río Jordán.




viernes, 9 de mayo de 2008

EL HAMMÁN DE DAMASCO


En el hammán las mujeres y las niñas conversaban y reían desinhibidas, bañándose; era un espacio propio, olvidando el negro velo de la tradición y la religión. En la preciosa Damasco quisimos regalarnos la experiencia de un hammán. La sala de entrada principal tenía una fuente central y asientos de piedra con cojines para descansar y tomar un té. Me dieron unas chancletas y una llave para que guardara mis objetos de valor en un cajón. Guardé el monedero y la cámara de fotos, a mi pesar, ya que las fotografías en el interior del recinto no estaban permitidas. Luego me desnudé y entré en la sauna, mientras oía risas y gritos.




Había varias salas pequeñas pintadas de verde manzana, envueltas en vapores. La sala grande tenía una cúpula con orificios tapados por cristales, por donde se filtraba la luz del sol. Había varías piletas de mármol con grifos de agua fría y caliente, y recipientes de plástico de color rosa para echarse agua por encima. Me quedé absorta contemplando la escena. Había varios grupos de mujeres desnudas, chicas jóvenes, de 20 años y alguna incluso menos, delgadas y bien formadas; otro grupo era de mujeres maduras, modeladas por el tiempo. Entre ellas reían y hablaban a gritos. Me miraban a hurtadillas sonriendo, y me señalaban el cubo rosa para que me echara agua por encima.

La masajista era de las maduras y llevaba ropa interior, bragas y sujetador. Las enjabonaba y después frotaba la piel con un guante de crin hasta enrojecerla. Volteaba sus cuerpos desnudos, primero de espaldas boca abajo, después boca arriba, de lado y sentadas, masajeando espalda y brazos.



Cuando llegó mi turno la masajista me tumbó en el suelo de mármol y empezó a echarme cubos de agua y a frotarme enérgicamente. Espalda, nalgas, muslos, piernas, pies, nada escapó a su guante de crin. Luego me sentó como si fuera una marioneta y me lavó el pelo, cosa que yo no quería porque ya me lo había lavado por la mañana. Pero cualquiera le decía algo a la masajista, y además no sabía inglés. Remató la faena con un montón de cazos de agua por encima para aclararme, y luego preguntó “¿Good?” sonriendo y enseñándome su dentadura mellada.
Salí del hammán con una capa menos de epidermis, fina, fina. Rematamos la noche con una cenita en el patio interior de una casa antigua damascena y fumando un narguile, con perfume de manzana. Siria ofrecía al viajero muchos placeres.


© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego

jueves, 8 de mayo de 2008

PALMIRA, LA CIUDAD DE LA REINA ZENOBIA









Palmira fue fundada por los nabateos y fue la ciudad de la reina Zenobia. Estaba en medio de un oasis. Más allá, el desierto. Decían que era uno de los lugares más espléndidos del mundo, y no defraudó nuestras expectativas.


Zenobia, reina por el asesinato de su marido, fue una mujer culta, amante de las artes y audaz. Bajo su reinado el reino de Palmira se sublevó e intentó crear su propio imperio. Emprendió campañas militares y llegó a tomar Egipto, Pero el emperador Aureliano la derrotó.  La ciudad de Palmira recibió el perdón pero, ante un intento de rebelión de sus habitantes, fue destruida. Pero las ruinas que vimos conservaban parte de su belleza y evocaban la majestuosidad de la antigua ciudad.




Era más extensa de lo que imaginábamos. Entramos por el Arco de Séptimo Severo, y empezamos viendo el Templo de Bel. Luego continuamos viendo el Agora, la vía Columnata con sus 200 columnas, el Teatro, el Tetrapylon, el antiguo Senado y las tumbas. El Castillo en una pequeña colina dominaba las ruinas.


En las horas de más calor descansamos en los jardines de un pequeño restaurante. Tenían una piscina, casi una pileta, con agua sulfurosa. Nos refrescamos en el agua azul. Después nos tumbamos en los cojines y colchones árabes del suelo y tomamos té, dátiles y un huevo duro. Estuvimos dormitando a la sombra del cañizo totalmente solos.


Contemplamos la puesta de sol entre las ruinas, viendo como la piedra dorada adquiría tonalidades más cálidas.

Acabamos el día cenando en un restaurante de especialidades beduinas y probamos el farouj, pollo a la parrilla con especias. Durante la cena, bajo el cielo estrellado de Palmira, recordamos a la audaz reina Zenobia, una de las mujeres que hizo historia.




© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego


LAS NORIAS DE HAMA


Hama es una ciudad siria, cruzada por el río Orontes, y conocida por sus viejas norias de madera. Está situada a pocas horas de autobús de las históricas y preciosas ciudades de Damasco y Alepo. Las norias habían existido desde el s.V o antes. Eran grandes ruedas hidraúlicas de madera que sobrepasaban los veinte metros de diámetro y tenían la altura equivalente a 4 o 5 pisos. Desde cerca la madera estaba tan gastada que parecía metal gris. Actualmente se conservan 17 norias.


La mayor parte de la ciudad fue destruida por un bombardeo en 1982. Estaban reconstruyéndola con piedra nueva. La Ciudad Vieja tenía Mezquitas y una Sinagoga. Era un gusto pasear por los verdes y tranquilos jardines de la orilla del río. Y en el centro las calles eran un hervidero de familias paseando y comprando en los comercios del Bazar. Allí probamos un dulce típico de Hama, hecho de queso y miel, enrollado en una torta.



Cuando estuvimos, un grupo de adolescentes jugaba a lanzarse al agua desde las palas de la noria, compitiendo en altura. Al ver que les hacíamos fotos no dudaron en posar y tirarse desde más alto y haciendo acrobacias, entre risas. Luego se acercaron a ver sus fotos y a charlar con nosotros en el atardecer, mientras el sol teñía de dorados la ciudad vieja y contemplábamos el reflejo de las norias en las tranquilas aguas del río Orontes. Uno de esos momentos buenos de los viajes.



© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego