¿Habeís escuchado el movimiento de una gran ballena en el
mar? Es impresionante, algo imposible de olvidar. Desde la costa argentina, en
Puerto Pirámides, avistamos la primera ballena austral. Era una hembra con su
ballenato. Estaba a tres o cuatro metros de la embarcación, muy cerca del
casco. Paramos los motores y nos quedamos en un silencio absoluto. La ballena
se ondulaba en el agua con movimientos suaves, resoplaba por la nariz y emitía
sonidos.
De repente sacó su aleta de forma totalmente vertical,
extendida como las alas de una mariposa negra, y la mantuvo así unos segundos.
Lo hizo varias veces, como exhibiéndose.
Medía unos diecisiete metros, la
hembra suele ser mayor que el macho, y copula con tres machos. Vimos
perfectamente el lomo negro de la ballena con las callosidades, producidas por
los picotazos de las gaviotas, y en las que vivían microorganismos. Esas
callosidades son únicas, una especie de
huellas dactilares características que permiten identificar a cada
ballena. No tienen dientes; tienen unas barbas en la mandíbula, que filtran la
comida.
El ballenato permanecía cerca de
la madre, leímos que tomaba de 50 a 100 litros de leche al día. La ballena no
tiene pezón, sino un músculo que la cría empuja para que salga la leche, que
toma directamente del agua. El 5% del tiempo del día se dedica a la lactancia,
el resto se emplea en paseos y juegos.
Mientras las veíamos moverse en
el agua, pensé que esas úlceras del lomo de las ballenas producidas por los
picotazos de las gaviotas, eran las cicatrices de la vida. Como despedida,
frente a la montaña de piedra arenisca que da nombre a Puerto Pirámides, otra
ballena mostró su aleta negra. Como un ballet sincronizado en un escenario
único, la Península Valdés.
Otro día os hablo de los
delfines, y los pingüinos...
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Copyright 2015 Nuria Millet Gallego