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lunes, 4 de mayo de 2009

LA MÍTICA ALEJANDRÍA



Desde que leí a Lawrence Durrell y su libro "El cuarteto de Alejandría" quise conocer esa ciudad. Y el deseo es una fuerza que empuja.
La ciudad de Justine, de Mountolive, de Balthazar, de Clea, de tantos otros personajes...La ciudad en sí era otro de los personajes de esa novela caleidoscópica.

Qué maravilla es conocer una ciudad siguiendo los pasos de personajes que te han hecho sentir, siguiendo el hilo de su historia. En esta esquina Justine se cruzó con Mountolive, en este café estuvo sentada Clea...Es un placer que sólo conocen los que disfrutan de la literatura.

Nos adentramos en el barrio turco y fumamos perfumados narguiles en los viejos cafetines. Curioseé en los zocos llenos de carnicerías, pescado fresco, verduras, esponjas naturales, frutas, dátiles y frutos secos, pan, dulces, olivas, quesos...

 


 

Entré en varias mezquitas, espectaculares por dentro y por fuera. Estaban enmarcadas por palmeras y tenían altos minaretes y cúpulas redondeadas con dibujos labrados en la piedra.

Vi la casa de Durrell, una fachada antigua con jardín. Imaginé.

Visité el Museo Kavafis, en la casa donde vivió. El edificio era precioso y habían mantenido las habitaciones tal como las dejó. Curioseé su escritorio y los objetos cotidianos de los que se rodeó. Su poesía "Itaca" me acompaña en todos los viajes desde hace mucho, mucho tiempo.

Recordé a otro escritor, Terenci Moix, un hedonista con el que comparto el origen y muchas palabras escritas, y que confesó que Alejandría era una de sus ciudades favoritas. También lo es para mí. Seguro que mi admirada Maruja Torres comparte esta opinión (además de su adorado Beirut). Es curioso como las personas se hacen querer a través de las palabras. Y así, algunos escritores nos hacen querer ciudades que desconocemos.


 

Paseé por la Corniche, a un lado el mar azul, al otro una línea de edificios centenarios con carácter. Algunos de los edificios estaban restaurados y otros en estado decadente, pero uno podía imaginar el esplendor de aquella ciudad cosmopolita que fue Alejandría. En el extremo de la escollera estaba la Fortaleza de Quatbey, construida sobre los restos del famoso y mítico faro de Alejandría, que estuvo en funcionamiento unos diecisiete siglos y que fue destruido por un terremoto.

En el último paseo por la Corniche observé una vez más las parejas jóvenes que sentadas en el muro contemplaban el Mediterráneo, ese Mediterráneo que nos une y nos separa.
 

Alejandría me dejó huella. Siempre será para mí una ciudad soñada, vivida y querida. Durrell fue uno de los culpables.


 
 

© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego