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jueves, 22 de abril de 2010

LA SONRISA DE LAS GEISHAS


Por delante.. .Y por detrás...Encontramos estas jóvenes geishas en el barrio de Gion en Kyoto. Tal vez eran aprendizas, las llamadas maiko. Las seguí unos metros hasta preguntarles en japonés si podía hacerles alguna foto. El “onegai shimas” (por favor) de la occidental curiosa  fueron las palabras mágicas. Se pararon amablemente y posaron con paciencia, creo que aprovecharon para escrutarme y saciar su curiosidad conmigo, mientras yo miraba maravillada por el objetivo.

Su maquillaje blanco impoluto destacaba sus rostros perfectos, sus pómulos y labios carnosos. Eran preciosas, con una belleza de otro tiempo. Llevaban moños con el pelo empolvado, adornado con flores y colgantes. Los kimonos tenían un cinturón ancho abultado en la espalda, que llamaban obi, y calzaban sandalias de madera con calcetines blancos. El maquillaje formaba un dibujo en la nuca, mostrando el verdadero color de la piel. Era uno de los múltiples detalles de su cuidado atuendo.
 

 
Por la noche volvimos a verlas. Estaban en un restaurante acompañando a sus clientes trajeados. La escena podía verse perfectamente porque era un segundo piso, la habitación estaba iluminada y los paneles de madera descorridos. Primero los vimos cenando sentados. Luego una geisha tocó el shamishen, una especie de laúd tradicional del s.XVI. Otra geisha bailó con un abanico, con movimientos lentos. De su figura destacaba el gran moño negro, y el kimono de anchas mangas.
Había leído que cada vez era menos frecuente ver geishas, que era un oficio en extinción; apenas quedaban unas cien en la ciudad de Kyoto, y unas mil quinientas en todo Japón. La crisis económica del país en los años 90, los altos precios de los kimonos (que pueden llegar a costar hasta 10.000 euros) y los cambios en la sociedad japonesa eran las principales causas. Las jóvenes dan la espalda al oficio de geishas y prefieren otras opciones de la vida moderna. Pero las sonrientes y misteriosas geishas que encontré no pensaban así.
 

 
 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

miércoles, 14 de abril de 2010

LOS RYOKAN Y LOS ONSEN







Los Ryokan son los hoteles tradicionales japoneses. Suelen ser pequeños y disponer sólo de cinco o diez habitaciones. Al entrar en ellos hay que descalzarse y ponerse unas zapatillas. En la habitación hay un yukata para el cliente, es el kimono de verano de algodón, con diferentes estampados. Las camas son tatamis colchonetas sobre esterillas en el suelo, con edredones.

Las habitaciones tienen paneles de madera corredizos y ventanas con papel aceitado, que dejan filtrar una luz blanquecina. Hay ryokan de todas las categorías, sencillos, medianos y de lujo. Los que os muestro eran de Kyoto, de Hiroshima y de Nagano, y ninguno era de lujo. Los mejores son casonas antiguas y están en plena naturaleza entre bosques, un lujo para los sentidos.
En los más económicos el tatami se recoge durante el día para tener más espacio. Todos ofrecen un té caliente, ideal para relajarse al final del día. Nosotros comprábamos bombones o alguna chocolatina en las tiendas, y después del baño en el onsen nos vestíamos con el yukata y estábamos un rato leyendo o escribiendo, antes de ir a disfrutar de la cena.





Los llamados onsen son los baños termales, separados para hombres y mujeres. Estaban envueltos entre vapores pues el agua caliente manaba continuamente. La temperatura del agua estaba entre 40º y 45º. Cuando sales tienes la piel sonrosada como un bebé. Había otros onsen colectivos, con varias piscinas grandes y jacuzzis, pero la fotografía no estaba permitida. En todos los onsen de los hoteles estuvimos totalmente solos relajándonos y disfrutando de la calidez del agua después de un día de ajetreo y de curiosear por los rincones de Japón. El reposo del guerrero.

Pero el lugar más curioso donde dormimos en Japón fue en un templo budista en Takayama, en tatamis frente al altar. Los Budas protegieron nuestros sueños y dormimos como dioses.

 

 
 
© Copyright 2010Nuria Millet Gallego

viernes, 2 de abril de 2010

EL SAKURA, LA PRIMAVERA JAPONESA


 


Los cerezos en flor anuncian la llegada de la primavera en Japón. Ese florecimiento es lo que llaman sakura. Es una auténtica pasión colectiva, los periódicos informan diariamente sobre la evolución de la floración y en las páginas de internet pueden verse mapas invadidos por el color rosa.

Las ramas de cerezo adornan templos centenarios, casas de madera tradicionales, parques y jardines en todo el país. La gente sale a los numerosos parques de todas las ciudades y sentados en hules azules montan picnics con los amigos o la familia. Comen, beben, tocan música y juegan. “Comer, beber, amar”, ese era el resumen de la vida que proponía la película del director taiwanés Ang Lee.


 
 
En Kyoto disfrutamos en el Paseo del Filósofo o Sendero de la Filosofía. Era un camino peatonal junto a un canal, bordeado de cerezos y otros árboles y flores. El nombre proviene de uno de sus paseantes más célebres, el filósofo del s.XX Kitaro Nishida, que deambulaba por el camino absorto en sus pensamientos. Algunos pétalos empezaban a caer alfombrando el suelo y siendo arrastrados por el agua del canal. Cuando soplaba alguna ráfaga de viento más fuerte parecía que nevaba. No me extrañó que fuera del agrado del filósofo o que se inspirara allí.
Es conocido que  los japoneses disfrutan de la arquitectura y la gastronomía española. Pero no esperaba encontrarme un grupo de jóvenes japoneses comiendo jamón ibérico en el parque (con su jamonera y todo!) y bebiendo vino de Rioja en copas de cristal. Unos sibaritas. Fue sólo una de las múltiples sorpresas que nos reservaba Japón.
 
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego